cuaderno de viaje: Francia

by - lunes, septiembre 04, 2017


(Nos arrojamos más allá del norte, descubriendo que el verdor se extiende aún durante kilómetros y kilómetros, haciéndose si cabe aún más intenso, durante un país entero. Todo parece igual y extrañamente distinto: el norte aquí es sur, la gente habla en otro idioma. Sueño que me instalo en un caserío abandonado entre montañas y pinos de troncos altos y espigados.)

(el primer hotel lo recuerdo en tinieblas, nada salvo el cartel rojo brillando como una bengala. un bar vacío con una película sobre un tal Claude François, saturada de color en contraste con las ventanas oscuras)

Día 1: Nantes









Lo primero que me sorprende es la blancura: la corrupta por el tiempo, la inmaculada, la adornada con color. La blancura me ciega en su belleza, antes de poder reflexionar sobre el precio a pagar por ella.

Repongo palabras en mi boca después de años: claristorio, transepto, ábside.
Desde que entro en la primera iglesia a la última con la frente húmeda, el aroma a incienso o el sonido de un coro en la distancia, me lleno de una contradictoria fascinación hacia el ser humano, con su potencial para ser maravilloso y terrible en nombre de este Dios antropomórfico que se refleja en cada arco apuntado y cada vidriera.

Hacemos una breve visita a las máquinas de Verne y al Memorial a la Abolición de la Esclavitud. El contraste es casi cruel, pero al menos hay reconocido un pasado colonial,
un atisbo de suciedad.
(es lo mínimo,
lo único posible
ante la grandeza pálida y los muros impolutos de los castillos).

Día 2: Dinan, Saint Malo, Saint Michel. 










Me enamoro de esta ciudad-comuna que huele a lluvia y crêpes, que tiene una calle entera para los artistas y sus ateliers, que cuelga carteles de pizarra con el nombre y propiedades de sus plantas (mangez-moi!), que parece vivir en un constante nubarrón.
M. y yo fingimos vivir allí en invierno: son las diez de la mañana y venimos de comprar el pan. En un rato volveremos a nuestra casita a preparar el desayuno y dormir un poco más con el sonido de la lluvia de fondo.
Un hombre prepara un crêpe con la destreza de quien lleva haciéndolo durante mucho tiempo. Con mucho azúcar y zumo de limón, hasta que rebosa el plato (sucre et citron)































En la costa de Saint Malo examino la arena en busca de tesoros y me lleno las manos con ellos: caracolas pequeñas, de todas las formas y colores, lapas (mis dedales de mar), algunas conchas astilladas.
Las playas del norte ejercen sobre mí una fascinación diferente a las del sur: con mareas que retroceden hasta la línea del horizonte y convierten playas en desiertos húmedos, flores extrañas y tonos grisáceos.

Una vez dije que Francia parecía mágica vista desde las fotos, y ahora puedo comprobar que realmente es así: imposible no sentirse en un cuento medieval al explorar una abadía que corona una montaña desde hace más de diez siglos. Me permito creer que atravieso los muros de un colegio, aunque lo que haya sean gaviotas y no lechuzas. Un grupo de chicas, todas vestidas con la misma camiseta, todas jóvenes y preciosas, cantan a coro una canción tras otra y sus voces parecen viajar por la piedra, como una ofrenda.

Día 3: Vannes, Carnac.





El contraste de la Francia tradicional en mis ojos y la francia de Stromae en los oídos consigue ponerme el vello de punta, pero lo que casi me hace llorar es la chica cantando delante de la iglesia. Lleva un vestido rosa y baila descalza con un acordeón entre las manos, tocando con una sonrisa salvaje y una voz que promete hacer temblar los cimientos del cielo. Nos mira, a cada uno entre el público.

Conviven dos idiomas en los carteles: primero me intereso por escuchar las diferentes cadencias y modos de manifestarse del francés, como un animal vivo del que solo había leído previamente. Pero el normando revela un camino completamente nuevo: mayor riqueza cultural, un esfuerzo por no perder la mirada de un pueblo concreto, por sobrevivir.

En Carnac el viento nos eriza la piel y pasa entre las piedras alineadas hace tantos años. El eco del pasado reverbera, se impulsa como un tiro hacia adelante, con mucha fuerza.

Día 4: Rennes



Tengo la esperanza en nuestra generación, a veces. Tengo esperanza en la tolerancia y la apertura y la educación y la parte positiva de la globalización.
La primera vez que me dicen que hablo bien en francés es la recepcionista del hotel y me cuesta creerlo. La segunda vez es una anciana en mitad de la calle, a la que preguntamos por una dirección, una plaza. Al final no puede ayudarnos pero se alarga hablándonos con una familiaridad tranquilizadora en la que cambia constantemente del inglés al francés.

Pasamos por casas antiguas de estilo normando que ahora son residencias de estudiantes. "No viviría aquí", me dice M. Pero yo creo que sí, que podría acostumbrarme al río, las librerías, las tiendecitas de comida deliciosa y curiosidades varias, los jardines hermosos.

Día 5: Burdeos






Nadie sabe explicarme por qué hay carruseles en tantas ciudades francesas, simplemente los hay. Es uno de los pequeños detalles mágicos de Burdeos, junto con la reverencia por la cultura clásica y el arte en general. Tres millones de euros anuales invierte el gobierno en cultura, nos explicaron orgullosamente, de los cuales solo se recupera un millón.

Solo paseando por la ciudad ya nos sentimos inmersos en una obra de arte continua, calle tras calle: desde la maravilla arquitectónica de la ópera hasta los dinteles de puertas y ventanas. Doblamos una esquina y la catedral llega en un golpe de vista, colosal. Es una de esas imágenes que hace que el corazón te de un vuelco.

Antes de marcharnos nos quedamos un momento solas, despidiéndonos en silencio, absorbiendo con calma la arboleda, el suelo lleno de hojas, la luz filtrándose entre las ramas. Cuesta decir adiós, cuando no sabes si volverás.


(“¿Qué es lo que se pierde al cruzar una frontera? Cada momento parece partido en dos, melancolía por lo que queda atrás y, por otro lado, todo el entusiasmo por entrar en tierras nuevas.”)


Conocemos Vitoria de noche, únicamente su versión febril y noctámbula.
Imagina cómo sería de día, con las fachadas de las tiendas golpeadas por el sol, las calles llenas de gente, el ruido de las fuentes y las pisadas sobre la piedra. Llegamos a la zona más viva, vibrando en sintonía con los bajos que salen de los altavoces... y es como abrir un agujero de gusano y caer a otro universo: el universitario, en mi otra punta del país. Cantamos Bohemian Rhapsody, coreando mama con el bar entero, i've just killed a man. Estoy agotada pero quiero quedarme para siempre allí, en esa noche, en la última semana.






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8 comentarios

  1. Ay, ¡qué envidia! Francia es uno de los países a los que me iré a vivir cuando pueda porque necesito vivirla. Tiene tanta historia, tantos sitios bonitos, tantos escondites, tanto cine rodado en sus calles. Admito que mi debilidad es pArís -de hecho lo ha sido desde que tengo uso de razón.- pero me encantaría callejear por otras ciudades, ver el verde de sus montañas, todo, todo.

    Las fotos son preciosas y me han dado muchas ganas de volver, de perderme y de ir solamente conmigo y con una cámara en mano.

    Abrazos
    y cosquillas.

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    1. A mí me han entrado unas ganas enormes de irme a vivir allí una temporada también, el estilo de vida es familiar y tan distinto a la misma vez...
      Y una semana no basta sino que te deja con hambre de más, incluso solo París tardaría una vida entera en explorarla hasta estar satisfecha del todo. Pero seguro que viajaremos, una y mil veces. ¡Abrazo!

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  2. Me encantan tus cuadernos de viaje, consigues capturar con palabras esos pequeños detalles que marcan la diferencia. No te lo vas a creer, pero creo que en octubre haré un viaje al norte de Francia y Normandía con que igual veo esos pueblos que tú retratas con mis propios ojos y la perspectiva hace que me vibre todo el cuerpo de la emoción. Qué preciosas las casas de piedra, la costa, los castillos... Es casi como si prometieran historias.
    Me alegro mucho de que hayas disfrutado tanto del viaje, es un placer leerte así :3 ¿De quién es la frase en negrita, por cierto?
    (abrazos eléctricos Marion.)

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    1. ¡Qué ganas de leerte algo sobre esos lares! Sé que me va a emocionar muchísimo y voy a morirme también de la nostalgia </3

      La frase es de una película llamada Diarios de motocicleta, la vi hace poco y me encantó. Fun fact: es del mismo director que la adaptación de On the Road, te recomiendo ambas un montón. ¡Abrazo de vuelta!

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  3. Me ha gustado mucho mucho tu manera de narrar el viaje, casi tanto como las fotos. Yo conozco poquito de ese país (Estrasburgo y algunos pueblos del sur), pero cada vez que veo algo de Francia me dan más ganas de ir aunque el francés y yo no nos llevemos demasiado bien.

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    1. ¡Muchas gracias Cyan! A mí me pasa lo mismo pero con Alemania y sin embargo, ver fotos y leer sobre ello muchas veces despiertan unas ganas que no estaban allí antes. Me alegro de que te haya pasado lo mismo, un besazo.

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  4. Ay, madre mía, ¡pero cómo no había pasado yo antes por tu blog! (Bueno, para ser sincera, he estado muy perezosa con el tema blogger estos meses, jaja). Me quedo por aquí.
    Qué ganas me has dado de recorrer Francia. Aunque hay taaaantos sitios a los que quiero ir...
    ¡Un abrazo!

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    1. Tranquila, yo soy súper inconstante en blogger, siempre va por rachas. Y es genial que te haya despertado tantas ganas de viajar! Yo creo que cuanto más se viaja más aumentan esas ganas, en vez de disminuir.
      Abrazo de vuelta :)

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