Desde Paumanok

Uno de los temas más recurrentes en mi art journal es, desde hace años, los viajes.



Sin embargo, no hay apenas nada escrito. No sé si de forma insconsciente o consciente, he preferido separar la parte visual de la literaria, con la escritura de un diario de viaje aparte.

El primero es realizado después de, ya en calma a salvo en el hogar, al ordenar los recuerdos y deshacer el equipaje, mientras que el segundo es un durante, cuando apunto con una caligrafía ilegible todo lo que ocurre en mi interior: pensamientos sueltos, canciones. También apunto lo que meto en la maleta, mi menú día a día o las paradas imprescindibles.
(Aademás, al ser más pequeño que el art journal, es más práctico para llevarlo a todos lados.)

Pero hoy me saltaré las normas y mezclaré los dos un poquito. Quiero que las páginas hablen por ellas mismas más que nada, pero también me gustaría rescatar algunos fragmentos del diario ahora que ha sido invocado, partes que no hayan llegado a ver la luz.

Dicho esto, voy a centrarme en los viajes de Italia, Irlanda, Galicia y Madrid.

«Viajar te quita un trocito de ti: tu hogar, tu familia, tu rutina. Debes aprender a reconstruirte sin esos puntos de apoyo, partiendo desde cero, cimiento a cimiento. Puede que lo que más busco cuando viajo es justo eso, encontrar en mí misma un hogar en vez de un campo de batalla. Observo mucho a mi alrededor, y sin embargo, donde más miro es en mi interior, a la espera de un cambio, algo trascendental.»

 

«Imagina la ciudad de noche. Los botellines de cerveza abriéndose antes de morir en las esquinas, los ríos de luces vistos de cerca y los pubs hirviendo de vida, música, risas, como siempre ha sido y siempre será. Quiero ver la noche irlandesa. Quiero mirarle directamente a los ojos.»

«Según la tradición celta, las brumas son promesas de amor cumplidas y cada una de las gotitas de agua, un "te quiero"»

«Me he enamorado del expresionismo abstracto norteamericano, del monstruo del metro, y el señor semidesnudo contemplando la Gran Vía desde su habitación de hotel, del puesto de libros en el rastro y los artistas callejeros, la estación de metro oculta en el Retiro y el caleidoscopio de personas, edificios, cielos y luces. Encuentro rasgos familiares en la gran ciudad, algo que me hace sentir más bienvenida, algo más en casa de lo que jamás me sentiré en Londres, Nueva York o Roma.»

Un hombre se desvía para adentrarse en el bosque de edificios mudos, con pasos de depredador.
Hace un buen rato que no se encuentra con nadie, cuando se detiene y agudiza los sentidos.
Los contenedores junto a las puertas traseras desprenden un olor nauseabundo. Juraría que ha oído otros pasos además de los suyos, aunque...
Su mirada se dirige de la torre al centro de la plaza, donde ve
una cuadrilla de chicas sentadas las he confundido con las estatuas están tan inmóviles que no he tenido tiempo de
Todas ellas portaban un aura de catástrofe, todas ellas eran bellísimas.
Por supuesto, no hacía falta mirarles a los ojos para intuir qué más eran.
Peligro, podrido, huye de aquí.
Por supuesto, eso no impidió que sus miradas se cruzasen.
(La piel se le erizó de manera dolorosa.)

Aquellos ojos eran un abismo sin fondo, tu pasado y tu futuro en una carta. No le gustó lo que vio en ellos, pero sintió que le clavaban en tierra como un insecto atravesado por alfileres.
No había escapatoria.

Así que esto es el miedo.
Lo último que vio fue su propia cara de terror reflejada en una expresión mortífera.

Yuri Shwedoff