Desde Paumanok

 Me gustan sus fotografías, pero no sabía su nombre hasta recientemente. Simplemente había visto algunas circulando por internet, y cuando encontré la galería fue pensar "ahora todo encaja mejor".

Me gustan sus fotografías porque es el concepto de adolescencia que siempre he idealizado, quizás añorado. Es lo que busco y lo que encuentro muchas veces entre la náusea y la noche: el neón.
Esos momentos de inmortalidad, de saborear la juventud que pasa ante nosotros, es todo lo que tenemos de la vida ahora, todo lo que conocemos de su riqueza.

Puede que en unos años me vea reflejada en ellas, puede que prevalezcan como imágenes de algo que me hubiese gustado tener a los catorce, dieciséis, diecinueve. Ser millones de chicas y chicos distintos, cada uno pasándolo bien en una parte del mundo. Sentirme un poco ajena, un poco egoísta respecto al magnífico desastre de la humanidad, durante un rato. Y brillar.

Uno de los temas más recurrentes en mi art journal es, desde hace años, los viajes.



Sin embargo, no hay apenas nada escrito. No sé si de forma insconsciente o consciente, he preferido separar la parte visual de la literaria, con la escritura de un diario de viaje aparte.

El primero es realizado después de, ya en calma a salvo en el hogar, al ordenar los recuerdos y deshacer el equipaje, mientras que el segundo es un durante, cuando apunto con una caligrafía ilegible todo lo que ocurre en mi interior: pensamientos sueltos, canciones. También apunto lo que meto en la maleta, mi menú día a día o las paradas imprescindibles.
(Aademás, al ser más pequeño que el art journal, es más práctico para llevarlo a todos lados.)

Pero hoy me saltaré las normas y mezclaré los dos un poquito. Quiero que las páginas hablen por ellas mismas más que nada, pero también me gustaría rescatar algunos fragmentos del diario ahora que ha sido invocado, partes que no hayan llegado a ver la luz.

Dicho esto, voy a centrarme en los viajes de Italia, Irlanda, Galicia y Madrid.

«Viajar te quita un trocito de ti: tu hogar, tu familia, tu rutina. Debes aprender a reconstruirte sin esos puntos de apoyo, partiendo desde cero, cimiento a cimiento. Puede que lo que más busco cuando viajo es justo eso, encontrar en mí misma un hogar en vez de un campo de batalla. Observo mucho a mi alrededor, y sin embargo, donde más miro es en mi interior, a la espera de un cambio, algo trascendental.»

 

«Imagina la ciudad de noche. Los botellines de cerveza abriéndose antes de morir en las esquinas, los ríos de luces vistos de cerca y los pubs hirviendo de vida, música, risas, como siempre ha sido y siempre será. Quiero ver la noche irlandesa. Quiero mirarle directamente a los ojos.»

«Según la tradición celta, las brumas son promesas de amor cumplidas y cada una de las gotitas de agua, un "te quiero"»

«Me he enamorado del expresionismo abstracto norteamericano, del monstruo del metro, y el señor semidesnudo contemplando la Gran Vía desde su habitación de hotel, del puesto de libros en el rastro y los artistas callejeros, la estación de metro oculta en el Retiro y el caleidoscopio de personas, edificios, cielos y luces. Encuentro rasgos familiares en la gran ciudad, algo que me hace sentir más bienvenida, algo más en casa de lo que jamás me sentiré en Londres, Nueva York o Roma.»

Un hombre se desvía para adentrarse en el bosque de edificios mudos, con pasos de depredador.
Hace un buen rato que no se encuentra con nadie, cuando se detiene y agudiza los sentidos.
Los contenedores junto a las puertas traseras desprenden un olor nauseabundo. Juraría que ha oído otros pasos además de los suyos, aunque...
Su mirada se dirige de la torre al centro de la plaza, donde ve
una cuadrilla de chicas sentadas las he confundido con las estatuas están tan inmóviles que no he tenido tiempo de
Todas ellas portaban un aura de catástrofe, todas ellas eran bellísimas.
Por supuesto, no hacía falta mirarles a los ojos para intuir qué más eran.
Peligro, podrido, huye de aquí.
Por supuesto, eso no impidió que sus miradas se cruzasen.
(La piel se le erizó de manera dolorosa.)

Aquellos ojos eran un abismo sin fondo, tu pasado y tu futuro en una carta. No le gustó lo que vio en ellos, pero sintió que le clavaban en tierra como un insecto atravesado por alfileres.
No había escapatoria.

Así que esto es el miedo.
Lo último que vio fue su propia cara de terror reflejada en una expresión mortífera.

Yuri Shwedoff

Hoy es el Día Internacional de la Traducción, y me apetecía hacer una pequeña entrada sobre ello, porque, ¿por qué no?

Alice Zhang

Al fin y al cabo, un gran porcentaje de la cultura que consumimos viene del extranjero, lo que significa que probablemente detrás de muchas de nuestras obras preferidas haya un mediador que une los dos extremos de un largo hilo.

Y así, las palabras que lees y escuchas no solo son las palabras del autor, sino de otra persona más en la sombra, que de vez en cuando se asoma en los pies de página, un prólogo inicial o los títulos de crédito.
Creo que es esencial reconocer su trabajo porque, entre otras muchas cosas, traducir es hacer una inmersión profunda en la mente del autor y su texto, sin perder de vista tu propia identidad cultural. Traducir es un trabajo artístico, en cualquiera de sus ramificaciones (incluso las científicas) que puede dar mucho de sí.

Por ello, me apetece poner hoy el foco sobre ellos, los traductores de algunos de mis libros y películas favoritas. ¿Preparados?


¿Os animáis a investigar quién está detrás de los vuestros?

Me gustaría destacar que, mientras escribía esta minientrada he notado que pese a ser una carrera predominantemente femenina, muchos de los títulos que he buscado han sido traducidos por hombres. Ojalá que en un futuro el porcentaje esté más igualado.

Y os dejo con un artículo interesante: el papel de Cortázar como traductor de los libros de Poe (click), ya que muchos escritores se han interesado por la traducción y viceversa.

Feliz día (o lo que queda de él)

Ilya Kisaradov

Verano se resiste a irse, se aferra con garras de fuego.
Mientras, yo me escondo en la sombra y la brisa,
salgo de noche y me apoyo contra el muro de ladrillo
comparto una risa, una mirada cómplice
(un cigarrillo, si fumara, pero no)

En agosto tiendo a la introspección y a soñar mucho,
y estos días sueño con grandes ciudades,
con gente interesante de ideas liberales,
con chicos que no temen llevar flores en el pelo
y con cafeterías de ventanas empañadas por la lluvia.

Agosto es algo rayano a la desesperación;
septiembre lo será a la escisión.

Nos hemos traído el buen tiempo con nosotros, y yo no podría rezar más por lo contrario.

DÍA 2.  Me mojo los pies en el Atlántico y subo a lo alto del mundo, escucho hablar de los poblados celtas con sociedades matriarcales. El viento es espeluznante, al igual que las vistas, pero hace muchos años allí hubo vida, y permanece. No hay nada que hacer contra la voluntad inquebrantable del hombre.

Por la tarde, descendemos hacia Portugal y visitamos una ciudad pequeñita en la frontera, Valença do Minho, donde los turistas inundan las calles y los azulejos hacen acto de presencia, junto con la saudade. Ojalá volver a Oporto, ojalá volver a Lisboa, pero llevamos las horas contadas y no podemos permitirnos locuras. He aquí nuestro invitado incómodo: el tiempo.







Hablamos en castellano y nos responden en portugués: la conversación fluye sin apenas obstáculos. Me fascina la cadencia de esta lengua, es uno de esos idiomas que no me cansaría de escuchar, como el gallego.

DÍA 3. Puede que mi día favorito, ¡porque por fin llueve! Y es una lluvia distinta de todo lo que haya visto antes, una lluvia fina que te empapa sin apenas darte cuenta. El paisaje coge un tono agrisado, las nubes se desploman y se funden con los tejados y las montañas. Vigo es maravillosa, huele fuerte a mar.










DÍA 4. Merodeo por las calles de A Coruña con paso aventurero. Solo tenemos una hora y al optar por explorar el casco antiguo (una de las partes que más me llaman siempre de una ciudad), acabamos en una zona muy tranquila. Elijo la piedra silenciosa por encima de las grandes tiendas, del gentío, del incesante ritmo de la máquina humana... y nada de ello defrauda.

Ni las casas, con sus fachadas blancas o desbordantes de color, ni las subidas, ni las bajadas, ni siquiera la pequeña plaza a la sombra de los árboles donde paramos brevemente a tomarnos algo.
No obstante, y todavía hambrienta, me precipito a seguir explorando, muriéndome de ganas de contemplarlo todo, muriéndome de impotencia de no poder, ¿serviría de algo pedirlo por favor?

Por favor, déjame quedarme en esta ciudad para siempre.

Probablemente no. Por eso atravieso la plaza corriendo, lanzándome a la siguiente calle.




DÍA 5. Cuando era pequeña, leí un libro llamado Aún quedan piratas en la Costa de la Muerte. Imaginé un sitio tempestuoso, lleno de rocas afiladas y un tiempo inclemente, deseando matarnos a todos como mató a aquellos hombres cuyos barcos descansan en el fondo del mar. Mi mente retuvo esa imagen y más tarde también la unió a Finisterre, el fin del mundo.
Era consciente de que nos pilló un tiempo demasiado bueno para ser cierto, pero no por ello me decepcionó menos ver el cielo limpio de nubes. No obstante, las playas eran preciosas y la marea parecía descubrir metros y metros de arena, una extensión larguísima hasta llegar a la orilla.

También se dice que, una vez abandonas Finisterre, dejas un trocito tuyo allí y vuelves a comenzar de cero desde ese lugar. Renaces. Vi cientos de marcas humanas, nombres, fotografías e incluso placas recordando a los fallecidos o conmemorando eventos. Yo también dejé la mía, una pequeña marca entre aquella multitud de personas, diciendo yo también he estado aquí.




Esa noche, después de la queimada nos escapamos a una verbena del pueblo, y caminamos un largo rato por la carretera hasta llegar a una erupción de ruido y luces. Solo una hora más, ya dormiremos en el camino de vuelta. Y eso hicimos.



Ha sido un viaje frenético, un primer contacto con la magia del norte, y quiero pensar que no será el último, porque me ha dejado con ganas de más, mucho más. ♥ 






Os dejo con este fragmento de un poema de Rosalía de Castro, a quien tengo muchas ganas de leer detenidamente.

"What horrifies me most is the idea of being useless: well-educated, brilliantly promising, and fading out into an indifferent middle age."


“Yes, my consuming desire is to mingle with road crews, sailors and soldiers, barroom regulars—to be a part of a scene, anonymous, listening, recording—all this is spoiled by the fact that I am a girl, a female always supposedly in danger of assault and battery. My consuming interest in men and their lives is often misconstrued as a desire to seduce them, or as an invitation to intimacy. Yet, God, I want to talk to everybody as deeply as I can. I want to be able to sleep in an open field, to travel west, to walk freely at night...”


"Quería cambio y emoción y salir disparada en todas las direcciones yo misma, como las flechas de colores de un cohete un Cuatro de Julio."


"Inspiré profundamente y escuché el antiguo estribillo de mi corazón.
Yo soy yo soy yo soy."

Llevo tiempo queriendo hacer una entrada sobre mi art journal, o como yo suelo llamarle para mis adentros, mi "cuaderno creativo".
Lo empecé allá por 2011, y creo que ningún otro me ha durado tanto. Ahora que ya tiene los días contados, puedo retroceder a la primera página y observar cambios sutiles en mi letra, en mi estilo, mi rumbo... me veo vivir, y por el camino, crecer.

Termino Mustang cuando ya ha anochecido en el cuarto, y aunque sé que está mal hacer comparaciones, justo después pongo Las vírgenes suicidas, convencida de que no hay mejor momento que este.

En Mustang hay paisajes bucólicos típicos de una Turquía rural, que contrasta con el perfecto barrio suburbano de blancos de Coppola. Pero se asemejan en algo más siniestro: ambos son jaula.

Luego está el árbol de Cecilia, el vínculo entre las chicas y la naturaleza, que parece desvanecerse conforme crecen.
Los gritos y el poder correr libres se sustituyen por muros y cabellos recogidos, en un encierro similar al de las hijas de Bernarda Alba, mientras una silenciosa rebelión estalla. Pronto son los jóvenes contra los adultos, la tradición y la rigidez de la estructura social contra el coraje de una nueva generación.
Y como todas las revoluciones, esta empieza con pequeños destellos de libertad: un beso soplado a través de la ventana, roces debajo de la mesa.

Cuando termino las dos películas, me siento destrozada y maravillada.
De todas las imágenes, me quedo con la de las chicas protegiéndose las unas a las otras, hablando como una sola, o acurrucadas en una confusión de brazos y piernas.